Por Manuel Rodríguez Yagüe
La mayor parte de las revistas pulp norteamericanas de los años
treinta, mal escritas, compuestas a toda prisa y sin demasiadas exigencias en
cuanto al material que ofrecían, han envejecido mal. Hoy se han convertido en
páginas escaneadas disponibles por internet u objetos de coleccionismo para
algunos aficionados muy particulares. Son objetos de una era que se contempla
remota y solo sus maravillosas portadas, a cargo de artistas de la talla de
Frank R.Paul, Wesso o Virgil Finlay, siguen aguantando el paso del tiempo. Astounding Science Fiction fue la
excepción.
Amazing Stories, como ya
vimos, fue la primera revista pulp
especializada en ciencia ficción. Y durante algunos años, no tuvo un auténtico
rival. Ni escritores ni editores sabían muy bien cómo abordar ese nuevo género
más allá de repetir hasta la saciedad unos clichés rápidamente establecidos y
razonablemente bien aceptados por parte de unos lectores que aún no habían
conocido otra cosa. Las dos ramas en que se podían entonces clasificar los
relatos eran los fantacientíficos de gente como Edgar Rice Burroughs y Abraham
Merritt y los rigurosos —y aburridos— que seguían las pautas marcadas por Hugo
Gernsback en Amazing.
Las dificultades financieras que
a mediados de los años treinta asediaron a la revista Amazing Stories, fundada por Hugo Gernsback en 1926, coincidieron
con el ascenso de una nueva cabecera, Astounding
Stories. Ésta había comenzado su andadura en enero de 1930 bajo la batuta
editorial de Harry Bates y su orientación principal era la de la aventura
rápida, directa y sencilla, repleta de emoción, suspense y exotismo. La
especulación científica tenía cabida, sí, pero sólo cuando contribuyera al
desarrollo de la historia.
Astounding era, pues, un pulp de aventuras melodramáticas. Pero
lo que pronto la distanció de su competidora Amazing fue el dinero. Gernsback siempre anduvo al borde del
colapso financiero y su fama de tacaño y mal pagador no contribuyó a atraer
precisamente a aquellos autores cuya popularidad les permitía encontrar acomodo
en otra cabecera, como Edgar Rice Burroughs, H.P.Lovecraft o E.E. «Doc» Smith. Astounding Stories, por el contrario,
ofrecía tarifas por palabra mucho más sustanciosas y, por tanto, no tardó en
atraer a los mejores escritores, más que dispuestos a ajustar sus estilos al
desenfadado y rápido tono pulp de
aquella con tal de cobrar bien y a tiempo. Así, con más dinero, Astounding pudo contar con mejores
creadores y, por tanto, ofrecer mejor material. No puede extrañar que acabara
desbancando a Amazing como principal
revista del género.
En 1933, las labores editoriales
recayeron en el veterano F. Orlin Tremaine, quien estableció que cada número
incluiría al menos una historia con una nueva idea o la aproximación distinta a
una vieja. Aunque pocas de las historias de entonces siguen siendo válidas hoy —como,
por ejemplo, Sideways in Time, de
Murray Leinster, uno de los primeros relatos sobre universos paralelos—, esta
política significó uno de los primeros reconocimientos por parte de un editor
de que el potencial del género podría residir más en su contenido especulativo
que en servir de simple plataforma para cuentos de acción o aburridas lecciones
científicas.
En 1937, el panorama experimentó
un giro radical cuando John Wood Campbell, que a la sazón contaba 27 años,
sustituyó tras cincuenta números de Astounding
a F. Orlin Tremaine como editor jefe de la cabecera, cargo que ostentó durante
treinta y cuatro años (hasta 1971), un record en la industria de las revistas
populares. Dio entonces comienzo el periodo popularmente conocido como Edad de Oro de la Ciencia Ficción que —de
forma general, se entiende—, transcurrió entre 1939 y 1943. Fue quizá el
momento más importante en la historia del género, ya que vio la aparición y
consolidación de muchos de los escritores clásicos que, a su vez, servirían de
inspiración e influencia para lectores y otros autores. No solo eso: Campbell
fue quien impuso un tono sobrio y verosímil que calaría hondo en los
aficionados. Es probable que en ello jugara un papel el efecto que sobre el
espíritu nacional tuvo la Segunda Guerra Mundial, pero el factor clave fue, sin
duda, la visión y dedicación de Campbell, una de las figuras más importantes de
la ciencia ficción.
Antes de asumir el puesto,
Cambpell había sido —en primer lugar— un aficionado que dio el salto hacia la
escritura profesional a través de relatos cortos, principalmente space operas, publicados en Amazing Stories y Astounding Stories. Hemos visto en la entrada dedicada a uno de sus
relatos, La Última Evolución, algunos datos sobre esa, su primera etapa.
Sin embargo, fue otro cuento suyo el que más atención atrajo: Quién Anda Ahí, en el que cuenta la
aventura de un grupo de investigadores en la Antártida que encuentran una nave
alienígena estrellada y su peligroso ocupante. Prueba de la fascinación que
siempre ha ejercido esa idea es que la novela ha sido llevada a la pantalla
tres veces (1951, 1982 y 2011), por no hablar de su influencia sobre otras
obras, como Alien, el octavo pasajero.
Pero fue en su faceta como editor
que Joseph Campbell ejerció una influencia que nadie habría podido adivinar a
tenor de su trayectoria previa. Cuando Isaac Asimov le preguntó por qué
abandonó la escritura para hacerse editor, él respondió que de esta forma
intervendría creativamente en cientos de historias en lugar de limitarse a sus
propias creaciones. Poco más de un año después de ocupar el puesto, ya había
cambiado el nombre de la revista: la leyenda Astounding Stories de las portadas había sido sustituida por Astounding Science Fiction, un cambio de
título que hallaría inmediato y claro reflejo en su contenido.
Desde 1939 a 1943, Astounding Science Fiction ofreció
algunos de los mejores cuentos y novelas serializadas de toda la historia de la
CF. Robert A. Heinlein desarrolló en sus páginas su Historia del futuro, fuertemente influenciada por las ideas de
Campbell; E.E. «Doc» Smith trasladaría aquí su saga de Los hombres de La Lente. Otros debuts literarios clave serían los
de Theodore Sturgeon, A.E. Van Vogt,
Lester Del Rey, Henry Kuttner, L. Sprague de Camp, Hal Clement, Frank Herbert… a veces firmando con
seudónimos, una manera eficaz de cambiar el estilo literario. También hallaron
cabida interesantes obras de otros escritores cuya carrera había comenzando con
anterioridad a la llegada de Campbell, como Isaac Asimov (que publicó aquí las
historias de robots y la Fundación), Clifford D. Simak o Jack Williamson.
Campbell los apoyó y animó en todo momento, procurando que elevaran el estándar
de la CF mediante ágiles narraciones que no descuidaran el estilo, la
coherencia ni la reflexión. De todos ellos iremos hablando individualmente en
futuras entradas.
Campbell dirigió la obra de todos
sus autores de una forma muy clara y activa, presionándolos para revisar una y
otra vez los escritos y mejorar su nivel literario, revisándolos él mismo para
su publicación definitiva sin pedir el consentimiento de aquéllos o,
sencillamente, rechazando los trabajos que no se ajustaran a su platónica idea
de lo que debía ser la ciencia ficción.
¿Y cuál era esa idea?
Campbell consideraba a sus
lectores como «hombres maduros,
conocedores de la tecnología», casi una élite que podía ser agente de
cambio en la historia de la ciencia si recibían la inspiración y los
conocimientos adecuados. Por tanto, insistió a sus autores para que abandonaran
cualquier referencia al misticismo en favor de razonamientos lógicos y
verosímiles, fuera cual fuese la idea central de sus relatos. A menudo se le
recuerda gritando: «¡Si no puedes hacerlo
posible, hazlo lógico! ¡Si no puedes investigarlo, extrapólalo! ». Pedía
historias en las que los protagonistas resolvieran problemas o vencieran a
enemigos haciendo uso de su ingenio y sus conocimientos tecnológicos, pero
nunca se debía hacer abandonando la plausibilidad científica. Todo debía
subordinarse a la lógica, a lo verosímil, y eso le llevó a distanciarse
radicalmente de las tópicas historias sobre alienígenas tan habituales en las
revistas de la época. En sus propias palabras:
«En la ciencia ficción “de monstruos de ojos saltones” hay dos temas
estándar que pueden ser rechazados rápidamente. Los alienígenas no van a
invadir la Tierra y criar seres humanos como alimento. Es un buen fondo para
una historia de terror o fantasía, pero su economía sería un desastre. Se
necesitan aproximadamente diez años para “producir” 45 kilos de carne humana y
el coste de alimentarla durante ese periodo sería elevadísimo. La carne de
vacuno es más razonable —aunque arruinaría el espíritu terrorífico del relato—.
»Y eso, naturalmente, asumiendo la improbable proposición de que el
metabolismo alienígena pudiera tolerar las proteínas terrestres. Si pudieran,
claro, sería mucho más sencillo escoger a los nativos, adaptados a las
condiciones planetarias, para que criaran ellos al ganado. Resultaría más
barato que tratar de hacerlo ellos mismos. Además, a esos nativos se les podría
pagar con baratijas como diamantes industriales o pequeños y cutres generadores
de campos de fuerza (…).
»Y luego está el viejo tema de ir de pillaje a la Tierra y llevarse a
sus “más bellas hijas” como objetos sexuales a algún planeta alienígena. Es un
motivo posible… si defines “bellas” adecuadamente. Si resulta que los
extraterrestres proceden de un planeta algo más denso que el nuestro, las
correrías para apropiarse de “las hijas más bellas de la Tierra” pueden
resultar muy gravosas para la población de gorilas. Tampoco se dice nada de las
capacidades intelectuales de las “bellas”; una encantadora y joven dama gorila
pasaría la prueba… si el ojo que debe examinarlas es ligeramente distinto al
nuestro. Y, obviamente, esos encargados de los harenes interestelares no
estarían interesados en la descendencia: no podría darse ninguna».
Abundando en ello, Cambpell
exigía a sus autores que considerasen las implicaciones sociológicas y
psicológicas de la tecnología futurista que imaginaban, aportando de esta
manera una innovadora profundidad y madurez a las historias.
Un ejemplo de este enfoque lo
encontramos en las historias de la Fundación
escritas y serializadas originalmente en los años cuarenta por Isaac Asimov. En
la primera de ellas, Fundación
(1942), se presenta a Hari Sheldon, el institutor de una élite de intelectuales
cuya misión consistirá en prevenir la próxima Edad Oscura. Sheldon es un experto en psicohistoria, una disciplina basada en la estadística capaz de
predecir el inminente derrumbe del Imperio galáctico, pero también dar con la
solución para paliar sus efectos. Según esa disciplina «científica», los
grandes grupos de personas se comportan de forma tan predecible como las
moléculas de un fluido. No se puede pronosticar el movimiento de ninguna
molécula individual, pero sí —con bastante precisión— el del conjunto de todas
ellas. Esta fe en la capacidad predictiva de las ciencias sociales llevó tanto
a Asimov como a otros colegas a considerar más seriamente la dinámica social,
escribiendo historias en las que la política, la religión, la economía y otros
aspectos propios de la vida humana comunitaria tenían más importancia que la
tecnología, por mucho que ésta hubiera influido en aquéllos. El resultado fue
una forma de ciencia ficción más rica y profunda que las aventuras supercientíficas de décadas anteriores.
El intento de aplicar principios
científicos al funcionamiento de la mente humana tuvo resultados más
irregulares. Entremezclados con sobrias historias sobre la ley natural y
complejas especulaciones acerca de tendencias sociales, Astounding incluyó muchos relatos relacionados con la telepatía y
otras formas de percepción extrasensorial. Campbell consideraba estos poderes «psi»
como una especulación científica tan válida como la vida alienígena o la
ingeniería de vuelo espacial.
Uno de sus escritores favoritos
especializados en este subgénero fue A.E.Van Vogt, quien, paradójicamente, era la antítesis de lo que Campbell
defendía. En lugar de escribir el tipo de historias científicamente rigurosas
que el editor exigía a Heinlein o Asimov, Van Vogt ofrecía narraciones que
bordeaban lo onírico sobre superhombres psíquicos ocultos entre la gente
normal, tales como su personaje Jommy Cross, protagonista de la enormemente
popular Slan (1940). La ficción de
Van Vogt era enérgica y vívida, pero desde luego no coherente, rigurosa ni
lógica. Sus protagonistas se asemejaban a héroes de cuentos fantásticos más que
a los eficientes ingenieros que tanto gustaban a Heinlein. Sus mentores no se
diferenciaban tanto de los brujos de la literatura de fantasía y sus poderes
psíquicos eran el equivalente a los anillos de poder o las capas de invisibilidad.
Otro escritor cuya CF tendía a
disolverse en la fantasía fue L. Ron Hubbard, colaborador habitual y muy apreciado
por los lectores tanto en Astounding
como en Unknown, otra revista
dirigida por Campbell aunque centrada en la Fantasía. Hubbard es hoy más
conocido por ser el fundador de una teoría psicológica, la Dianética, que luego evolucionó hacia una religión, la Cienciología. Ambas se caracterizaban
por la creencia en que los poderes ocultos en nuestro cerebro podían
transformarnos en superhombres psíquicos, tema éste que dominaba sus relatos.
Van Vogt, se hizo seguidor de las ideas de Hubbard, como también, hasta cierto
punto, el propio Joseph Campbell. Éste, aunque escribió editoriales elogiosos
sobre la Dianética, consiguió
mantener vivo un sano escepticismo religioso que le impidió abrazar
incondicionalmente la Cienciología.
Aunque las ideas de Campbell
sobre la ciencia a menudo parecían confundir «la magia que funciona» con la
magia pura y simple, a la hora de crear futuros de ficción verosímiles demostró
un excelente ojo y una firme dirección editorial. Exigió a sus escritores que
retrataran el futuro como si sus lectores fueran ciudadanos de ese mismo
futuro, esto es, sin detenerse a explicar cada detalle, dejando que la narración
fluyera ágilmente y permitiendo que el sentido de lo maravilloso invadiera al
lector emanando desde la propia historia. Robert A. Heinlein demostró ser un
maestro en esta técnica; a diferencia de la mayoría de los escritores pioneros
del género, Heinlein no sentía necesidad alguna de explicar la tecnología que
se ocultaba tras el nombre de este o aquel aparato, o las actitudes sociales
hacia la tecnología. Gracias a su pericia narrativa, los lectores eran capaces
de llenar por sí mismos esos huecos.
La creación de personajes
creíbles y diferenciados, alejados de los tópicos repetidos hasta la saciedad
en el pulp, fue otra de las
exigencias de Campbell. Insistió en que los personajes debían ser tan creíbles
como aquellos sobre los que podía leerse en publicaciones «serias» como el Saturday Evening Post. Asimov resumió
así la forma en que Campbell había liberado a la CF de sus limitaciones en este
aspecto: «En primer y más destacado
lugar, retiró la relevancia de lo no humano, lo no social. La ciencia ficción
se convirtió en algo más que una batalla personal entre el héroe puro y el
malvado villano. Los científicos locos, el sabio viejo y gruñón, la bella hija
de éste, la sosa amenaza alienígena, el robot al estilo del monstruo de
Frankenstein… todos fueron descartados. En su lugar, Campbell quería hombres de
negocios, tripulantes de naves espaciales, jóvenes ingenieros, amas de casa,
robots que fueran máquinas lógicas…».
Los autores respondieron de forma
entusiasta a tales requerimientos y aunque, inevitablemente, fueron ahuyentados
a algunos lectores ya habituados al tono aventurero de la antigua revista,
convirtieron a Astounding Science Fiction
en la indiscutible referencia del
género.
La Edad de Oro vio la
consolidación de muchos de los conceptos que la ciencia ficción había ido
introduciendo de forma dispersa a lo largo de las décadas anteriores así como
la creación de otros nuevos. Los autores tomaron las ideas de los primeros pulps y luego las transformaron en algo
nuevo y emocionante. La ciencia se convirtió en parte integral de muchas de las
historias y aquellos escritores desarrollaron sus relatos a partir de teorías
científicas que en el momento resultaban novedosas y sugerentes. De hecho,
algunos de ellos eran auténticos científicos (Asimov, E.E. «Doc» Smith o el
propio Campbell, por ejemplo). Fue entonces cuando surgió lo que hoy conocemos
como ciencia ficción dura (hard), una forma del género apoyada en
la verdadera ciencia y que pasaría a
dominar el tono de la revista.
Es difícil cuantificar el efecto
global que Campbell tuvo en el género. Muchos autores le citan como fuente no
sólo de una nueva ciencia ficción, más inteligente y meditada, sino como fuente
directa de muchas de las ideas en las que basaron sus narraciones. Asimov, por
ejemplo, nunca ha ocultado que fue Campbell quien le dio la idea tanto para su
clásico relato Anochecer como para
las Tres leyes de la robótica que se convirtieron en la base de su saga de los
Robots. Theodore Sturgeon recordaba la forma en que el editor desafiaba a sus
escritores: «Escríbeme una historia sobre
un hombre que morirá en 24 horas a menos que pueda responder a esta pregunta:
“¿Cómo sabes si estás cuerdo?”» o «Prepárame
un relato sobre una criatura que piensa tan bien como un hombre, pero no de la
misma forma que un humano».
Un ejemplo de la aplicación de
las ideas de Campbell y su forma de influir en las historias lo encontramos en
un polémico relato publicado en 1954, Las
frías ecuaciones, escrito por Tom Godwin aunque fuertemente moldeado por su
editor. El protagonista es el piloto de un transbordador espacial en misión de
rescate que descubre por el camino a una joven atrapada en su propia nave. Las
leyes de la física hacían que la náufraga no pudiera ser rescatada, pero la misión
original aún puede culminarse con éxito si el piloto sacrifica a la mujer. En
el curso de la historia, el piloto trata de encontrar una alternativa que
permita salvarla, pero Campbell insistió en que el autor y su personaje jugaran
según las reglas: cuando la joven se entera de los hechos, acepta la
inevitabilidad de las «frías ecuaciones» del título y abre la esclusa al vacío.
El piloto completa su misión aunque no salva a la chica. Es un final rápido,
coherente y plausible que reafirma los valores propugnados por la élite
tecnológica que Campbell quería inspirar. Para Campbell, el universo no
favorece los finales felices sólo porque a nosotros nos resulten agradables
Hubo otras claves en el éxito de
la revista, claves que no fueron inventadas por Campbell, sino que las copió de
la fórmula ya ensayada por Hugo Gernsback en Amazing Stories: los editoriales de tono informal, los anuncios (de
publicaciones científicas, cursos por correspondencia, cuchillas de afeitar,
métodos de culturismo o venta de aparatos de radio por piezas) y, sobre todo,
la sección de correo del lector, bautizada Brass
Tacks (Tachuelas de latón).
Algunos de los fans que escribían a la revista demostraban tener un especial
conocimiento del género, su historia y posibilidades. Los debates que
mantuvieron a través de la revista representaron el primer intento de construir
una teoría y crítica especializada de la ciencia ficción. Algunos de los
aficionados que escribieron a la sección de correo de los lectores se
convertirían más adelante en reputados escritores, como John Beynon Harris (más
conocido como John Wyndham) o Isaac
Asimov. Al apoyar la colaboración de los lectores, Campbell —como Gernsback
antes que él— fomentó un sentimiento de fraternidad entre éstos.
Hasta la llegada de Campbell, la
CF había avanzado de forma insegura, incluso extravagante, nunca sintiéndose
del todo cómoda al mezclar lo lúdico con lo científico, lo emocionante con lo
riguroso. El estallido de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias para
todo el planeta, marcaron el comienzo de una nueva etapa de madurez del género,
consolidándolo en forma de hongos atómicos.
Tras el final de la Segunda
Guerra Mundial, en agosto de 1945, Campbell siempre relacionó la validez de su
trabajo con la precisión predictiva de las historias que publicaba. Ya en 1939,
había escrito un editorial en Astounding
en el que se detallaban todos los descubrimientos en el campo de la física
nuclear. Pero, para él, la energía atómica era menos un arma potencial que una
fuente de energía barata que permitiría hacer realidad muchos de los relatos de
ciencia ficción con que habían soñado los aficionados de los años treinta.
Sentía que había un paralelismo no casual entre el comienzo de la era atómica y
la emergencia de la ciencia ficción como género popular.
Efectivamente, entre 1944 y 1946,
a raíz del desarrollo de la energía nuclear y la invención de la bomba atómica,
Campbell consiguió una asombrosa permeabilidad entre su revista de ficción y el
mundo científico (gracias a la bomba atómica). En marzo de 1944, un grupo de
oficiales de contrainteligencia del Ejército
estadounidense registraron las oficinas de Astounding
Science Fiction. Su misión era descubrir posibles filtraciones de
seguridad. La sospecha había surgido a partir de la publcación de un cuento
sobre el desarrollo de la bomba atómica, Deadline,
de Cleve Cartmill.
Aquella anécdota entró a formar
parte de la mitología de la ciencia ficción cuando Campbell reveló, más
adelante, que los agentes del gobierno pasaron por alto el gran mapa colgado en
la pared en el que aparecían señalados, con llamativas chinchetas rojas, los
suscriptores de la publicación. Un abultado grupo de ellos se localizaba en el
apartado de correos 1663, Santa Fe, Nuevo México, sede del Proyecto Manhattan, en el
que los más brillantes científicos del momento desarrollaban en secreto la
bomba atómica. El cuartel general de contrainteligencia habría caído igualmente
en la histeria si se hubieran enterado de que Wernher von Braun, diseñador de
las V1 y V2 nazis, era uno de los suscriptores, importando una copia de la
revista a Alemania todos los meses mientras duró la guerra.
Fue un episodio chocante,
divertido, que figura en cualquier historia de la ciencia ficción. Pero lo que
se esconde tras él es más serio. Fue una demostración de que la ciencia ficción
no consistía solamente en cuentos fantásticos e imposibles. Había predicho el
advenimiento de las armas nucleares; la existencia del Proyecto Manhattan, ese montaje conspirador de sabios y militares,
había venido anunciándose de una forma u otra en muchas historias de Astounding junto a la industrialización
de la ciencia, el auge del espionaje industrial, la paranoia de los
laboratorios de investigación… La ciencia ficción se acercaba cada vez más al
mundo real, un fenómeno en el que mucho tuvo que ver la extensión de la energía
atómica como arma.
(Ir a la segunda parte)
(Ir a la segunda parte)
Originalmente publicado en Un universo de Ciencia Ficción
Se agradece este artículo. Estas publicaciones fueron la cuna de la imaginación.Fisiones es excelente.
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